Clásicos y románticos, la historia de la literatura
Hasta las primeras décadas del siglo XX, la historia de la literatura se puede pensar en términos de movimientos que se suceden uno detrás del otro, aunque no caóticamente. Amado Alonso −crítico literario, poeta y lingüista español− hablaba de movimientos clásicos y movimientos románticos que, de manera alternada, ocuparon varios siglos no solo de la literatura, sino también del arte en general.
Los movimientos clásicos –Clasicismo, Renacimiento, Neoclasicismo– son aquellos en los que predomina la búsqueda de un ideal de perfección y de proporción. En ellos la razón se erige como guía de la creación, lo que los conduce a la sobriedad, la sencillez y el equilibrio.
En cambio, los movimientos románticos –Edad Media, Barroco, Romanticismo y todas las vanguardias (los famosos –ismos: Surrealismo, Dadaísmo, Futurismo, Expresionismo, etc.)–son desbordados, y en ellos predomina la exaltación del yo, la expresión de sentimientos y un espíritu de rebeldía. La intuición, la imaginación y el instinto son los que guían la creación artística.
A partir de lo anterior, podemos hablar de movimientos en los que predomina el ethos y otros en los que predomina el pathos.
Ethos significa “costumbre y conducta” y, a partir de ahí, salen palabras como ética. Es entonces la regla, la norma, el alejamiento de la emoción.
Pathos, en cambio, significa “estado de ánimo, pasión, emoción, sufrimiento” y, en este sentido, es el alejamiento de la regla.
Con las particularidades propias de cada época y de cada autor, la literatura siguió un camino entre el ethos y el pathos: cuando un movimiento se agotaba, daba lugar a su contrario, hasta llegar a las vanguardias. Después de ellas, la literatura y el arte en general, parecen no haber vuelto más al ethos en su forma pura, aunque estas dos líneas siguen siendo las que aparecen en cada artista. A su vez, ambas se relacionan con dos dioses griegos muy conocidos: Apolo y Dionisio.
Friedrich Nietzsche en El nacimiento de la tragedia define a lo apolíneo en consonancia con “el dios de la bella apariencia”, que al mismo tiempo es “el dios del conocimiento verdadero”. Lo dionisíaco, por su parte, “descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis”, en la “aniquilación de las barreras y límites habituales de la existencia”.
Si probamos analizar autores contemporáneos, veremos cómo Apolo y Dionisio nos sirven como punto de partida para cualquier lectura que hagamos de las obras, porque esa dualidad está presente en todos: hombres y mujeres. “Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco”, concluye el filósofo alemán.