Corregir y bailar
Corregir es una técnica, un saber, una actividad que se propone revisar un texto, en principio, para mejorarlo. Parece fácil si se cuenta con los conocimientos necesarios, es decir, la gramática de la lengua, básicamente. Sin embargo, esta sola no alcanza si queremos hacer un buen trabajo.
Hay excelentes artículos y manuales que hablan del proceso de la corrección, de los saberes y competencias que implica, y también de los peligros a los que se enfrenta aquel o aquella que encara la tarea con la mirada puesta solo en la normativa. No voy a negar que conocer la propia lengua y sus reglas es la columna vertebral de la corrección, pero también se necesita saber de géneros, ser un buen lector o lectora, atender a la microestructura y a la macroestructura del texto al mismo tiempo. Y hay más. A todo lo anterior, hay que sumarle un cuestionamiento constante acerca de los límites de la revisión, una mirada atenta para tener a raya la subjetividad que implica siempre corregir y una cuota de humildad para que el resultado no termine siendo una lucha de egos entre quien escribe y quien corrige.
No es lo mismo revisar una tesis que una novela, pero tampoco es lo mismo revisar una novela que un poema, por ejemplo. Muchos correctores y correctoras, además, se especializan en determinados campos –lo jurídico, lo literario, lo publicitario, lo académico– para poder ser más precisos en las correcciones y para empaparse del conocimiento profundo de determinado género discursivo, como mencionaba en el párrafo anterior, ya que cada uno hace uso de determinadas estructuras y se define por un estilo particular.
Sé que no estoy diciendo nada nuevo, pero repensar todas estas cuestiones me llevó a una analogía entre corregir y bailar. ¿Qué cualidades suponemos que tiene que tener un bailarín o bailarina? Primero asumimos que tiene elasticidad, asociada a la flexibilidad. También, plasticidad, que implica ser capaz de ir adaptando el cuerpo a cada movimiento. El corrector o la correctora también necesitan ser flexibles en tanto deberán adecuarse a cada cliente, a sus necesidades, al tipo de texto que están revisando y al medio donde se publicará. También tienen que contar con una buena dosis de plasticidad para modificar hábitos o conocimientos predeterminados, e incorporar nuevos.
Uno de los peores errores de un corrector es sujetarse a normas estrictas, ser intransigente, creer que es un trabajo que se puede automatizar. La lengua es un molde, pero también es siempre una invitación a crear. Cada vez que corregimos, no podemos dejar de lado esa dimensión creativa y, por lo tanto, tenemos que repetirnos la pregunta acerca de los límites y los alcances de nuestra tarea sin olvidar que nuestro gran objetivo es hacer un texto más comunicable.