El “carpe diem” como tópico de la literatura: “No te fíes del dudoso mañana”

Adriana Santa Cruz
4 min readJan 25, 2021

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Carpe diem es una de las expresiones latinas que más popularidad han tenido siempre, porque toca uno de los temas que nos preocupa a todos: el paso del tiempo y la fugacidad de ese instante que se nos diluye inexorablemente. Como tópico literario tiene una larga tradición, aunque adquiere un desarrollo importante durante el Renacimiento y el Barroco.

La frase, como tal, aparece por primera vez en un poeta latino, Quinto Horacio Flaco (65–8 a. C.), en la “Oda a Leuconoe”: “Huye, mientras hablamos, envidiosa la edad: / aprovecha el día, no te fíes apenas del dudoso mañana” (“Dum loquimur, fugerit invida / aetas: carpe diem, quam minimum crédula postero”). Posteriormente, en otro poeta latino, Décimo Magno Ausonio (310–393 d. C.), la fugacidad se asocia a la rosa: “Toma las rosas, muchacha, mientras está fresca tu juventud, pero no olvides que así se desliza también tu vida” (“Collige, virgo, rosas, dum flos novus, et nova pubes, / et memor esto aevum sic properare tuum”).

Esta relación de la vida de la rosa con el paso del tiempo aparece en muchos poetas posteriores como una de las imágenes más fuertes del carpe diem: “Marchitará la rosa el viento helado, / todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre” (Garcilaso de la Vega); “Ayer naciste, y morirás mañana. / Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?” (Luis de Góngora); “¡cuán en vano solícita defiendes / reino que ha de durar una mañana!” (Lope de Vega); “de tu caduco ser das mustias señas / con que con docta muerte y necia vida, / viviendo engañas y muriendo enseñas” (Sor Juana Inés de la Cruz); “Cuando se abre en la mañana, / roja como sangre está: (…) / y cuando toca la noche, / blando cuerno de metal, (…) / en la raya de los oscuro / se comienza a deshojar” (Federico García Lorca), solo por mencionar algunos.

Como decíamos, si bien es un tema del cual el Barroco se apropió, en especial en la poesía, hay antecedentes lejanos que, incluso, son anteriores a Horacio. Un ejemplo es la Epopeya de Gilgamesh, cuya versión asiria, del siglo VII a. C., recoge una tradición sumerio-babilónica todavía más antigua: “En cuanto a ti, Gilgamesh, llena tu vientre, / diviértete día y noche, / cada día y cada noche sean de fiesta, / el día y la noche gózalos. / Ponte vestidos bordados, / lava tu cabeza y báñate. / Cuando el niño te tome de la mano, atiéndelo y regocíjate / y deléitate cuando tu mujer te abrace, / porque también eso es destino de la humanidad”.

Otra versión antiquísima del carpe diem aparece en el “El Canto del arpista”, poema egipcio de finales del Primer Periodo Intermedio (2190 a. C. — 2052 a. C.), que se conserva en la capilla funeraria del faraón Intef, junto a la imagen de un arpista. Lo transcribimos completo porque, a pesar de lo lejano en el tiempo, nos habla a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que más que nunca vivimos obsesionados por ese presente que se nos escurre cada vez más rápido:

Generaciones y más generaciones desaparecen y se van,
otras se quedan, y esto dura desde los tiempos de los Antepasados,
de los dioses que existieron antes
y reposan en sus pirámides.
Nobles y gentes ilustres
están enterrados en sus tumbas.
Construyeron casas cuyo lugar ya no existe.
¿Qué ha sido de ellos?
He oído sentencias
de Imuthés y de Hardedef,
que se citan como proverbios
y que duran más que todo.
¿Dónde están sus moradas?
Sus muros han caído;
sus lugares ya no existen,
como si nunca hubieran sido.
Nadie viene de allá para decir lo que es de ellos,
para decir qué necesitan,
para sosegar nuestro corazón hasta que abordemos
al lugar donde se fueron.
Por eso, tranquiliza tu corazón.
¡Que te sea útil el olvido!
Sigue a tu corazón
mientras vives.
Ponte olíbano en la cabeza.
Vístete de lino fino.
Úngete con la verdadera maravilla
del sacrificio divino.
Acrecienta tu bienestar,
para que tu corazón no desmaye.
Sigue a tu corazón y haz lo que sea bueno para ti.
Despacha tus asuntos en este mundo.
No canses a tu corazón,
hasta el día en que se eleve el lamento funerario por ti.
Aquél que tiene el corazón cansado no oye su llamada.
Su llamada no ha salvado a nadie de la tumba.
Hazte, por tanto, el día dichoso,
y no te canses nunca de esto.
¿Ves?, nadie se ha llevado sus bienes consigo.
¿Ves?, ninguno de los que se fueron ha vuelto.

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Adriana Santa Cruz

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural