“El grito”, Florencia Abatte

Adriana Santa Cruz
4 min readDec 26, 2021

En el marco de la crisis política del 2001, un grupo de personajes torturados por sus historias personales realizan una búsqueda existencialista. Arrojados al mundo, necesitan algo que los ayude a enfrentar sus propias enfermedades y la realidad social que los circunda. El grito, la primera novela de Florencia Abbate, se presenta así como una respuesta al sinsentido de la vida del hombre contemporáneo.

Según la define su propia autora, El grito es una novela con más digresiones y monólogos interiores que la segunda, Magic Resort. Es, además, una novela coral que tiene una amplia carga localista que — más allá de la ubicación temporal y espacial de las acciones — se traduce en referencias a un pasado no tan lejano.

La preferencia de Abatte por lo coral también es una de las constantes de su producción literaria. Desde la estructura misma del texto, la división en capítulos nos remite a cuatro historias: Federico — un joven de treinta años que vive obsesionado con el suicidio, es hijo de Mabel y Oscar, y hermano de Agustín — ; Horacio — exmilitante de izquierda, abandonado por su mujer, vive solo con sus recuerdos y tuvo en el pasado una relación amorosa con Clara — ; Peter — decorador de interiores, es pareja de Oscar y hermano de Horacio — ; y Clara — artista enferma de leucemia, mantiene una fuerte amistad con Agustín y fue pareja de Horacio — . Estos personajes tienen mucho en común y será el lector el encargado de armar el rompecabezas en el que encajen las piezas dispersas a lo largo de todo el libro. Solo alguien atento podrá descubrir los hilos que conectan estas vidas en las que el dolor es una presencia constante.

Siguiendo con la idea de pluralidad de voces propia de la novela coral, resulta imposible no remitirnos a la teoría bajtiniana de la polifonía. Partiendo del análisis de la obra de Dostoievski, el crítico ruso analiza lo que es una de las características de la novelística moderna. En este sentido, hay un principio dialógico que impregna todo el pensamiento de Bajtín: tanto las relaciones yo-otro, como la interacción y mutua confrontación de la palabra (discurso) ajena y la propia, o las reflexiones sobre la esencia del diálogo entre sujetos son las matrices que dirigen la obra de este autor. Así, se puede leer en Dostoievski la presencia de una situación plural por definición, donde las distintas voces o puntos de vista de la novela ni son vehículos de la verdad ni se subordinan a una idea conceptualmente dominante que pudiera estar encarnada en la voz del autor.

En El grito como en el novelista ruso, el diálogo se establece de forma múltiple entre voces ideológicas. Cada voz halla su contrapunto (y se identifica por tanto a sí misma) en la presencia de otra voz. Clara, Federico, Peter y Horacio dialogan pero no porque simplemente conversen sino porque cada capítulo sirve para mostrar un punto de vista, una porción de la realidad, una postura ante el mundo. Es esta independencia de cada voz y la ausencia de jerarquías entre voces (principio que es respetado por la propia voz del autor) las que hacen lógicamente imposible el concepto de verdad absoluta. Como señalamos, es el lector el que debe llegar a la verdad después de haber leído hasta el último renglón, pero en última instancia cada uno podrá llegar a su propia verdad. Esto ocurre porque lo que le da unidad al texto de Abatte es un contexto del que también el lector forma parte: la época de la guerrilla, la dictadura, la crisis del 2001.

El pasado aparece de dos maneras. En principio, hay referencias claras a partir de los personajes: Mabel fue militante de izquierda así como Horacio; Oscar, en cambio, es defensor del capitalismo, pertenece a la clase que apoyó la dictadura. Sin embargo, hay otras referencias más sutiles y metafóricas: Clara debe internarse a causa de su leucemia, pero esa internación es descripta con un campo semántico que remite a un secuestro de la época del Proceso; Oscar, a su vez, practica el sadomasoquismo y puede ser considerado metafóricamente como un torturador que goza con el sufrimiento ajeno. Incluso, el departamento en el cual él lleva a cabo las reuniones sadomasoquistas con su grupo de amigos tiene muchas semejanzas y puntos de contacto con los centros clandestinos de tortura — está a la vista de todos, pero nadie lo ve o finge no verlo; tiene una fachada respetable pero oculta algo siniestro.

En medio de estas referencias al pasado y a un presente convulsionado, los personajes transitan como pueden sus historias personales. Son personajes enfermos en una sociedad enferma: Clara tiene leucemia, Horacio sufre de diabetes, Peter es una víctima de una relación que lo humilla, Oscar es un sádico, Mabel sufre por la distancia con su hijo Agustín, Federico es un suicida y su hermano tiene ataques de pánico. Sin embargo, lo más logrado de esta novela es que todo se narra en forma fragmentada, pero como un mosaico de piezas que encajan perfectamente una con otra para mostrar personajes que resultan complejos, vulnerables, con las grandezas y miserias que tenemos todos. Baste como ejemplo el personaje de Mabel que es amiga, esposa, militante idealizada, madre, y todo eso lo conocemos a través del discurso de Horacio, de Clara, de Federico y de Oscar: dialogismo, polifonía, novela coral, en su máxima expresión.

Por último, no podemos dejar de señalar el adecuado registro lingüístico que usa Abatte, su capacidad de darle un entramado sólido a historias aparentemente independientes, su particular uso de los narradores y un universalismo que parte de lo concreto, de referencias tan nuestras que resulta imposible no sentirnos identificados. Leer El grito es comprender que hombre y mundo son inseparables, que somos, como decía Ortega y Gasset, nosotros y nuestras circunstancias.

Florencia Abatte, El grito, Emecé, 2004, 140 págs.

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Adriana Santa Cruz

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural