“El hombre que hablaba en flores”, Christian Broemmel

Adriana Santa Cruz
3 min readMay 29, 2021

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“Se trata precisamente de un hombre que en vez de hablar escupe flores”, nos cuenta el narrador, a quien a su vez le relató esta historia una mujer, con todas las limitaciones que implica el recuerdo, “porque sabemos que la memoria es una entidad viva, creativa y parasitaria, es decir, casi una artista”. Novela difícil de encasillar la de Christian Broemmel: original, alegórica, con algo del fantástico o de lo real maravilloso; un texto que gira en torno a la palabra y a sus sustitutos.

Marcelo, el protagonista, en lugar de decir “mamá” o “papá”, como es de esperar en un bebé, vomita una flor y, a partir de entonces, sus padres deciden darlo por mudo. De esta manera, el chico se limitará a expresarse por escrito y a ocultar su “rareza”. Y es esta singularidad la que lo lleva a adoptar una actitud pasiva: obedece a sus padres, se transforma en un negocio para su amigo Nueva York Fuma y soporta pacientemente la intromisión del payaso Jamás en su vida (conviene prestar atención a los nombres como síntesis de los personajes). En este sentido, además, es significativo el sueño en el que el protagonista se ve a sí mismo como un león amaestrado o las reflexiones que él hace acerca del rumbo de su existencia: “¿Sueños yo?, pensaba, ¿sueños yo?, y miró a su alrededor y se sintió como el caos que veía, una vida que se le había ido por las ramas, y sintió odio contra el universo y contra sí mismo por no haber sabido tener un rumbo, por haberse dejado llevar hacia ese vacío, pero más aún, por nunca haber sabido bien qué era lo que quería, por haber sido mudito, mecánico, florista, empleado de una empresa porque otros querían”.

Así como el protagonista de “Carta a una señorita en París” vomita conejitos –hecho que adquiere múltiples significaciones en el cuento de Cortázar−, Marcelo vomita flores, las que también nos remiten a un plano simbólico. Casualmente, la flor es el símbolo del principio pasivo. Además, se presenta a menudo como una figura-arquetipo del alma o como un centro espiritual. Su significación se precisa entonces según su color, el cual revela tendencias psíquicas: “la diversidad de las flores expresaba más vale estados de ánimo o sentimientos que palabras concretas”.

Con algo de novela de iniciación y con la consiguiente relación con el camino del héroe, Marcelo irá transitando un viaje metafórico de aprendizaje, de conocimiento de los demás y de sí mismo; un camino con obstáculos, con ayudantes y con oponentes. Sin embargo, en esta novela sería más apropiado hablar de un antihéroe, ya que el protagonista –como cualquiera de nosotros− más que obtener el elixir y volver victorioso debe continuar como puede, aunque con algunas certezas más que las que tiene al comienzo.

Merecen un párrafo aparte los personajes femeninos y cómo se conectan con Marcelo: Gabriela, siempre con una pluma colgándole de la nariz; Magalí, la que habla fuera de sincro, e Ivana, la primera chica “normal” en la vida del protagonista, son metáforas del amor siempre como búsqueda más que como felicidad absoluta.

El hombre que hablaba en flores de Christian Broemmel atrapa por su originalidad y por su profundidad no exenta de un humor irónico, por momentos ácido, pero sin dejar de lado la ternura. Por si fuera poco, el libro nos ofrece un material extra imperdible: anotaciones sobre su génesis, reflexiones del autor, manuscritos con correcciones, en síntesis, un metatexto que nos hace volver a la novela con otros ojos.

El hombre que hablaba en flores, Christian Broemmel, Décima Editora, 2015, 128 págs.

Christian Broemmel es escritor y realizador audiovisual. Escribió el libro de cuentos Luz negra (2011), y formó parte de las antologías El amor y otros cuentos (2011), Karaoke (2012), Escribir después (2012), Covers de la literatura argentina (2013) y Naturaleza muerta (2016). Publicó cuentos y crónicas en Perfil, en la revista Próxima y en varios medios digitales.

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Adriana Santa Cruz

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural