El policial argentino
Uno o varios crímenes son, en general, el punto de partida de cualquier cuento o novela policial. Como género literario, nace con Edgar Allan Poe y sus cuentos “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), “El misterio de Marie Roget” (1842) y “La carta robada” (1845), que, a su vez, inician la tradición del policial de enigma: misterio más razón.
La trama de estas historias se estructura en función de la solución del misterio: hay que buscar al autor del crimen. En este sentido, la literatura policial siempre es una anacronía: desde el presente, se va desandando el camino hasta llegar a la supuesta verdad. Por debajo de esta búsqueda, subyace la idea de que la verdad puede ser alcanzada a través de la razón, bien del Positivismo que imperaba en el XIX.
A Poe le siguen Sir Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes y Agatha Christie con su Hércules Poirot, entre otros, lo que nos lleva a un clásico del policial: la figura del detective muy inteligente, observador, metódico y solitario.
Más tarde, el crimen sale a la calle y aparece el policial negro, donde no siempre se resuelven los misterios, y donde no siempre triunfa la verdad y la justicia: Dashiell Hammett y Raymond Chandler son dos de sus exponentes más reconocidos.
En nuestro país, la literatura policial tiene un gran auge en la década del 40. En 1942 Jorge Luis Borges escribe “La muerte y la brújula”, y junto con Adolfo Bioy Casares, publican Seis problemas para don Isidro Parodi, bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq. Parodi es el típico detective racional que resuelve los enigmas, aunque lo hace desde una celda en la Penitenciaría Nacional. En 1945, Bioy Casares escribe con Silvina Ocampo Los que aman odian, solo para mencionar algo de lo que se produjo en esta década tan significativa.
En 1950, la revista Vea y Lea organiza un concurso de cuentos policiales que recibe cerca de doscientos relatos. Con esta y otras publicaciones, el policial sale de un círculo intelectual, y pasa a un período de mayor difusión y de aparición de nuevos autores. En estos años, además, continúan las publicaciones de la colección El séptimo círculo de Emecé, dirigida por Borges y Bioy; y Rodolfo Walsh presenta la primera antología argentina del género: Diez cuentos policiales argentinos (1953) con relatos de Borges, Leopoldo Hurtado, Facundo Marull, Adolfo Pérez Zelaschi, Manuel Peyrou, Bioy Casares, y de él mismo, entre otros.
De 1955 es la famosa novela de Marco Denevi, Rosaura a las diez, y B. Velmiro Ayala Gauna publica Los casos de Don Frutos Gómez, con un comisario de campo que, con su simpleza, resuelve las situaciones más complicadas. En los años 60, siguen las publicaciones de cuentos y novelas del género, y posteriormente, aparecen varias antologías el país y en el exterior.
Haciendo un gran salto en el tiempo, en los 90 y siguientes, tenemos El cadáver imposible (1992) de José Pablo Feinmann, La pesquisa (1994) de Juan José Saer, Plata quemada (1997) de Ricardo Piglia, Mares del Sur (1997) de Noé Jitrik, La traducción (1998) y Filosofía y Letras (1999) de Pablo de Santis, Tesis sobre un homicidio (1999) de Diego Paszkowski, Crímenes imperceptibles (2003) de Guillermo Martínez y Segundos afuera (2005) de Martín Kohan.
Como pasa siempre en literatura, habría mucho por decir, y afortunadamente, nos queda mucho por leer. Es que como dice Víctor Bravo, en un excelente artículo: “Junto al relato utópico, articulado en la teleología de una promesa de felicidad, el policiaco, viaje hacia la promesa de una verdad, es uno de los más poderosos relatos de la modernidad” (“El relato policiaco moderno. Tres novelas argentinas contemporáneas”).