“Escribir”, Marguerite Duras
Hay muchas razones por las que uno debería leer a Marguerite Duras. Una de esas estas es que su escritura se nos presenta como una “subjetividad situada, tanto en términos estéticos como éticos y políticos”. Su visión íntima y profunda sobre temas acerca de los que todos alguna vez nos preguntamos nos permite usar la definición de Leonor Arfuch –no referida a esta autora pero que podemos trasladar sin equivocarnos–. Lo autobiográfico se muestra no solo como una presentación de vivencias personales, sino como una reflexión filosófica que siempre se complementa con el anclaje en la realidad.
La segunda, pero no menos importante razón, es que estamos en presencia de una novelista, guionista y directora de cine con una prosa que se caracteriza por una sencillez extrema, un manejo exquisito de la sintaxis y una enorme capacidad de traducir con poquísimas palabras imágenes altamente evocadoras y contundentes.
Escribir es un libro difícil de encasillar. Tiene mucho de autobiografía, pero también de ensayo, de relato e, incluso, de guion cinematográfico. Está formado por cinco partes: “Escribir”, “La muerte del joven aviador inglés”, “Roma”, “El número puro” y “La exposición de pintura”. ¿Qué tienen en común?: los temas y el estilo. Son todos textos cortos, donde se manifiesta la angustia y el deseo de personajes que intentan escapar de la soledad, y donde también aparecen la destrucción, el amor y la alienación social. El estilo está conformado por oraciones cortas, de fácil lectura, con párrafos generalmente breves pensados para destacar aquello que obsesiona a la autora.
La sintaxis merece un comentario aparte. Duras trabaja como un orfebre el orden oracional; se nota que cada palabra ocupa el lugar justo y que el uso de las oraciones unimembres permite a la autora despojarse de lo innecesario y ofrecernos una escritura sin adornos, pero más profunda.
En “Escribir” la parte que da el nombre al libro, la reflexión sobre la propia escritura se transforma en una poética individual, pero que deviene universal. Marguerite Duras en su casa de Neauphle-le-Château, en soledad, bucea en su yo más profundo y descubre, en principio, la capacidad casi redentora de la actividad del escritor: “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura te salvará”.
Cada párrafo agrega algo nuevo a esa poética armada a partir de la experiencia personal: las vivencias en la casa, la infancia, el recuerdo del hermano muerto en la guerra, la experiencia del amor, pero también del dolor. A la par de lo autobiográfico, aparece la dimensión política del hombre: la relación con los otros, la crítica a la explotación y la alineación que produce el capitalismo, el recuerdo del holocausto judío y de la guerra en general, la mención del comunismo y de los militantes del 68.
Escritura y escritor son uno en la concepción de la autora: “Eso es la escritura. Es el tren de la escritura que pasa por vuestro cuerpo. Lo atraviesa. De ahí es de donde se parte para hablar de esas emociones difíciles de expresar, tan extrañas y que sin embargo, de repente, se apoderan de ti”. El escritor es aquel que tiene “una locura de escribir furiosa”, que al mismo tiempo es algo desconocido, ya que “antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir”.
El escritor, además, es un ser solitario, que representa la soledad del mundo entero, pero cuya escritura es capaz de dejar constancia de todo lo que pasa y de servir de testimonio a través del tiempo. La realidad entera es susceptible de ser tema para un libro: “Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que llegar a percibir”. El episodio de la muerte de una mosca narrado por Duras viene a corroborar la teoría y a mostrar la trascendencia que la narración escrita puede dar a un hecho aparentemente banal.
Si para poder vivir es necesario exorcizar las obsesiones, volvemos al concepto de escritura salvadora: “Escribir a pesar de todo, pese a la desesperación. No: con la desesperación”. Si somos escritores, la lectura del libro de Marguerite Duras nos permitirá reflexionar sobre nuestra propia poiesis; si no lo somos, descubriremos un libro cuya lectura nos dará algunas respuestas que exceden la praxis literaria. De alguna manera, el lector también “escribe” cuando interpreta el texto y, visto de esta manera, el libro termina hablándonos a todos por igual.
Marguerite Duras, Escribir, Tusquets Editores, 2006, 136 págs.