“La rebelión de las máquinas”, Romain Rolland

Adriana Santa Cruz
Leedor
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4 min readFeb 19, 2024

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Romain Rolland (Clamecy, 1866 — Vézelay, 1944) fue un novelista, ensayista y dramaturgo francés. Su obra maestra fue Jean-Christophe (1904–1912), novela en diez volúmenes que narra la vida de un músico. Durante la Primera Guerra Mundial, defendió posiciones pacifistas, por lo que se sintió atraído por los grandes filósofos y pensadores de la India. Fue el décimo cuarto Premio Nobel de Literatura en 1915 “como homenaje al gran idealismo de su producción literaria, y a la simpatía y amor de la verdad con los cuales ha descrito distintos tipos de seres humanos”.

Estando en Ginebra, Rolland conoció a un joven artista Frans Masereel –conocido por sus dibujos antibelicistas–: ambos coincidieron como voluntarios de la Cruz Roja y en torno a La Feuille. Journal d’idées et d’avant-garde, periódico anarquista y pacifista (como dato curioso, Jorge Luis Borges publicó allí su primer ensayo). La unión de Rolland y Masereel fue celebrada por escritores destacados como Hermann Hesse, Stefan Zweig y Thomas Mann, entre otros.

Uno de los libros más originales de Rolland es La rebelión de las máquinas o El pensar desencadenado (1921), cuyo título remite a Frankenstein o El moderno Prometeo, de Mary Shelley: primero porque también en la obra de la autora inglesa la creación se rebela contra su creador; segundo porque Prometeo, en la mitología griega, fue encadenado por robar el fuego de los dioses (de ahí el juego con el “pensar desencadenado”). Con respecto a esto último, la aparición del término “inconsciente” dentro del texto resulta una novedad para la época donde las teorías freudianas no estaban tan popularizadas.

La rebelión de las máquinas es una farsa en cuatro actos concebida para ser llevada al cine, si bien hasta ahora nunca lo fue. Rolland decía que había pensado la obra para ser vista y no para ser leída, incluso se publicaron pocos ejemplares en 1921: “No merecería la pena que hombres como nosotros [Masereel y él] se ocuparan del cine si no es para intentar sacar lo máximo que algo así puede dar: un movimiento acelerado y vertiginoso de las masas humanas, de las fuerzas de la naturaleza, de los pueblos, los siglos y los sueños…”. Además, el libro se imprimió con específicas indicaciones en cuanto a la tipografía para alterar en lo posible el modo de leer convencional (de hecho, cuando abrimos el libro, parecería que está escrito en verso). Lo que refuerza su carácter visual son los treinta y tres grabados de Masereel que acompañan el texto.

Sin una razón aparente ni una finalidad clara, las máquinas se sublevan contra los seres humanos y los obligan a refugiarse en las montañas. Lo que el texto satiriza es la sociedad despreocupada de la “belle epoque”, ajena a la realidad, pero también realiza una crítica al poder y a quienes lo ejercen. En el comienzo, el Presidente (uno de los personajes) pronuncia “un panegírico de la Civilización, del Pensamiento Humano y de la Ciencia, dominadora de la Naturaleza”: ensalzando las máquinas, hace referencia a “El primate de la prehistoria y el semidiós moderno”. Sin embargo, hacia el final, hay un elogio de la vuelta a la naturaleza con la mención del “País de Jauja”, un lugar maravilloso, lleno de riquezas, paisajes hermosos, felicidad y ocio, según una antigua leyenda: “Hoy, en cambio… los hijos de la Tierra, libres y adornados con sus dones… toman, a dos carrillos, leche y vino”.

Pensada para ser llevado al cine, la farsa sugiere distintos acompañamientos musicales: “una delicada melodía suavemente, al estilo Debussy” o una “Pastoral cómico-poética a la manera de los dos Orfeos (el de Gluck y el de Offenbach) pero con música actual y modernissima”. Asimismo, traduce concretamente los gestos de los personajes valiéndose de la escultura, como cuando se refiere al presidente y dice: “… y después, concentrado como El Pensador de Auguste Rodin o el Ugolino de Carpeaux”; o de la pintura, cuando nos menciona que los personajes semejan la escena de El Diluvio, de Anne-Louis de Girodet.

Además de la conexión con Mary Shelley, el libro es un iniciador de uno de los temas más representativos de la literatura de ciencia ficción y se puede conectar con varios textos y películas que después retomaron el tema (solo menciono algunos):

· La rebelión de HAL-9000 en la novela de Arthur C. Clarke y en la película de Stanley Kubrik 2001. Odisea en el espacio (1968)

· La rebelión de los replicantes Nexus 6, comandados por Roy Batty en Blade Runner, película de Ridley Scott (1982), basada en el libro de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas? (1968).

· La saga Terminator, cuya primera película es de 1984, dirigida por James Cameron

No hay que olvidar que en el mismo año que se publicó el libro de Rolland, apareció la obra teatral RUR (Robots Universales Rossum), de Karel Capek, donde aparece el término “robot”. En checo la palabra significa ‘trabajador’; proviene de “robota” y equivale, en ese idioma, a ‘trabajo’ y, antiguamente, a ‘servidumbre’. También habría que mencionar el manifiesto futurista de 1901 que, por ejemplo, proclamaba: “Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera con su vientre ornado de gruesas tuberías, parecidas a serpientes de aliento explosivo y furioso… un automóvil que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia”.

La rebelión de las máquinas es de lectura muy recomendada para quienes quieran asomarse a una obra fundadora escrita después de una Primera Guerra Mundial donde el armamento utilizado demostró cuán amenazadoras pueden ser las máquinas para los seres humanos.

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Adriana Santa Cruz
Leedor

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural