Las cartas de Paul Éluard a Gala

Adriana Santa Cruz
4 min readJan 28, 2021

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Paul Éluard siempre amó a Gala, incluso mucho después de que ya no fuera su mujer, de que se alejara del grupo surrealista y de sus otros amores.

Aunque Gala se convirtió después en la mujer de Salvador Dalí, ambos siguieron vinculados, se escapaban para verse y sobre todo se escribían cartas, si bien solo se conservan las de del poeta francés.

Carta de 1928

Mi amor querido, mi dulce amor, sigo en cama. Acabo de tener un sueño maravilloso, uno de esos sueños diurnos donde las emociones físicas te dejan al despertarte toda la parte correspondiente al deseo… y el deseo que arrastras después, ya despierto, se parece tanto al placer del sueño. Estaba tumbado en una cama al lado de un hombre que no puedo identificar con seguridad, pero un hombre sumiso, soñador desde siempre y para siempre y silencioso. Le doy la espalda. Y tú vienes a tumbarte cuan larga eres pegada a mí, me besas los labios dulcemente, muy dulcemente y yo te acaricio bajo el vestido los senos, fluidos, tan vivos. Y tu mano pasa, muy despacio, por encima mío, busca al otro personaje y se aposenta en su sexo. Lo veo en tus ojos, que se turban lentamente, cada vez más. Y tu beso se hace más cálido, más húmedo, y tus ojos se abren más y más. La vida del otro pasa a ti y al poco rato es como si masturbaras a un muerto. Me despierto, ligeramente ebrio, incapaz de renunciar al placer…

Carta de 1930

Mi Gala, porque no podría vivir si no fueras mía. Pienso incesantemente en ti, pero te echo de menos de tal forma que si tuviera dinero me iría a vivir a un hotel. No sabes, te sería difícil hacerte una idea de la atmósfera de este apartamento que en verdad quise para ti y que tan poco has vivido y en invierno. Y los alrededores, la esquina de la calle que hemos doblado juntos, todo lo que he soñado: dónde llevarte, tus vestidos, tu placer, tu sueño, tus ensueños, todas las torpezas que he cometido, todo lo que deseaba reparar. Todo es siniestro, todo es horrendo. En mí la idea de la muerte se mezcla más y más con la del amor.

Te creo perdida. ¿Por qué estás tan lejos? Hace diecisiete años que te amo (…) Si supieras cuánto deseo verte, cuánto me gustaría tenerte conmigo. Sé muy bien que no puedo retenerte, que la abominación de la vida en común no es para nosotros, pero siento como si hiciera años que no te tengo. Y he perdido el gusto por la vida, por los paseos, el sol, las mujeres. Sólo he conservado el sabor amargo y terrible del amor. Si pudiera estrecharte entre mis brazos volvería a ser el que he sido para ti en algunos momentos. Te adoro, sólo tú existes desde toda la eternidad. Mi pequeña Gala, hermosa, querida mía, maia dorogaia, mi pequeña, mi amor, me muero de estar sin ti.

(…)

Si pudiera estrecharte entre mis brazos volvería a ser el que he sido para ti en algunos momentos. Te adoro, sólo tú existes desde toda la eternidad. Maiakovski se suicidó por penas de amor, por una mujer que se ha casado con un diplomático polaco. Pero en la carta que ha dejado no dice una sola palabra sobre esta mujer, y a su mujer, a la hermana de Ella, le dice «Lili, ámame». Lloré al leerlo. Tú lo sabes.

Carta de 1933

Mi pequeña alondra, mi rica almendra, mi dorogoi, maia crasiva Galochka, gracias por tus cartas. Todo lo que me dices yo también lo pienso, por la mañana al despertarme, por la noche al dormirme y a cada minuto se repite en mi tu nombre: Gala, que quiere decir: amo a Gala. Hace veinte años que te amo, somos inseparables. Si un día estas sola y triste, ese día me encontrarás. Porque no quiero, pese al giro desesperado que ha tomado mi vida, que seas abandonada. Siempre tuyo. Si debemos envejecer, no envejeceremos separados. Soy un maldito imbécil pesimista pero vivo para ti. Si renunciara a vivir tu serias la causa, o más bien sería mi amor desesperado por ti lo que me mataría, mi única grandeza está en tu dicha, en tu vida, en las plantas que cultivas, en tus juegos, en tu coquetería, en “tus amores”.

Mi Gala eterna, si he sido malo contigo es porque siempre estaba insatisfecho, insatisfecho, insaciable. La dicha en el amor, que no me hagan reír.

Estoy orgulloso como un rey de lo que me dices de mis poemas. Ya sabes que es el único elogio que me afecta. Por ti voy a reanudar de inmediato el trabajo.

(…)

Mi niña pequeña, sé buena y alegre. Mientras te ame –y te amaré siempre– no tienes nada que temer. Eres toda mi vida. Te cubro terriblemente de besos.

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Adriana Santa Cruz

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural