“Las maquinarias de la noche”, Abelardo Castillo

Adriana Santa Cruz
5 min readDec 26, 2021

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“Las maquinarias de la noche deben ser para mí esos engranajes nocturnos donde se construyen los sueños, algo así como las bambalinas de aquel teatro armado sobre el viento que, desde Góngora, suele vestir sombras”. Así define el propio Abelardo Castillo su volumen de cuentos en el Posfacio. Que un autor nos presente una reflexión sobre su propia escritura no antes, sino después de que hayamos leído el libro es significativo, porque nos obliga como lectores a replantearnos nuestra interpretación. Es como si el autor nos dijera “Ya leíste mis cuentos, ahora vamos a ver si los entendiste”. Sin embargo, pronto desaparece esta idea porque es también el autor el que aclara en este Posfacio que “las muchas lecturas de una ficción pertenecen al lector, no al autor, para quien lo que ha hecho tendrá siempre la oscuridad de lo enigmático o la pobreza de lo evidente”.

Fundador y director de revistas emblemáticas como El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco, Abelardo Castillo transitó todos los géneros literarios y se nutrió de escritores como Poe, Cortázar, Sartre, Borges, y muchos otros que constituyen la larga lista de clásicos que pueblan la biblioteca real y la biblioteca textual del autor. Hay algo del existencialismo sartreano en sus historias, mucho de la fatalidad y la entonación criolla de Borges, otro tanto del delirio y lo fantástico de Poe, porque la literatura es la lectura de los libros ajenos y no la escritura de los propios, como dice Castillo. La culpa y el castigo son temas frecuentes en el autor, como también son frecuentes sus personajes que viven situaciones límite en las que se enfrentan a su propio destino siempre en pequeños pueblos de provincia, calles de alguna ciudad, casas o arrabales.

Las maquinarias de la noche, como ya adelantamos, es un libro que incluye doce cuentos y es, además, el cuarto volumen de Los mundos reales — y el nombre no es casual, ya que toda palabra, para Abelardo Castillo, es un espejo o un símbolo de lo real — . El narrador de estas historias suele ser un yo masculino que, muchas veces, simula ser el mismo autor como ocurre en “Thar” donde don Castillo es el interlocutor de un mercero de Jeppener, un pueblo de la provincia de Buenos Aires; o en “Muchacha de otra parte” en el que Abelardo es el amante de una misteriosa joven. Hay en todos los cuentos un narrador que se muestra, que dialoga con el lector, que interviene comentando lo que narra, que no se oculta y narra las historias más fantásticas como si realmente pertenecieran a alguno de los mundos reales porque después de todo ¿qué es la realidad sino aquello que percibimos como tal? Los personajes de Las maquinarias de la noche se enfrentan a lo fantástico, pero a diferencia de Poe, no hay miedo, sino asombro y aceptación de que lo inexplicable también convive con nosotros y se muestra a la vuelta de la esquina.

En “Carpe diem” hay un hombre que le cuenta al narrador su propia historia con una extraña mujer con la que tiene la posibilidad de vivir en el presente el día que debieron vivir en el pasado. Curiosamente, los narradores se van superponiendo: el narrador en primera persona dialoga con este hombre que le cuenta y que reproduce, a su vez, lo que le contó la mujer acerca de sí misma, todo con una cantidad considerable de verbos de decir que acentúan el valor de la palabra para instaurar una realidad. Otros cuentos que también abordan lo fantástico cotidiano son “El decurión”, “Muchacha de otra parte” y “La casa del largo pasillo”. En el primero, aparece el tema del doble: su protagonista Moraes debió haber vivido otra vida que alguien o algo trató de borrar sistemáticamente, pero que parece recuperar hacia el final del cuento. El segundo se asemeja a “Carpe diem” en cuanto a la presencia femenina que oscila entre la realidad y la irrealidad. En este sentido, es importante aclarar que no son presencias fantasmales, sino mujeres que tienen una historia que se desarrolla más allá del mundo tangible del protagonista masculino. Finalmente, “La casa del largo pasillo” nos recuerda los cuentos de Cortázar en los que hay una puerta, un pasaje que nos lleva del otro lado, nuestro otro lado oculto.

Si hay algo cortazariano en los cuentos de Abelardo Castillo, también está la impronta de Borges que se manifiesta, claramente, en “El tiempo y el río”, una historia en la que está el Reyuno Altamirano — un malevo — , Trinidad — la mujer en disputa — y el Panaderito Riera que se enfrenta a Altamirano. La vuelta de tuerca es que el “duelo” no es con cuchillo, sino mediante una actuación en la que Riera demuestra el poder de la palabra.

“La cuestión de la dama en el Max Lange” es un excelente cuento que combina el ajedrez con una trama policial, pero es también una profunda reflexión acerca de las relaciones entre hombres y mujeres. Todas las historias, en realidad, presentan los conflictos, las miserias, la soledad, el dolor que convive en cada una de las relaciones humanas. Encontrarse con el otro no es fácil; lograr una comunión entre amantes, esposos, amigos, hermanos o entre padres e hijos es algo que solo es dado en momentos especiales que suelen no repetirse o que se transforman, a lo largo de los años, en rutinas o en relaciones vacías y hasta violentas. Cuentos como “El hermano mayor”, “Corazón” o “Por los servicios prestados” no hacen más que traducir en palabras el dolor de un hermano obligado a cargar él solo con ciertas verdades, la burla de los otros o la miseria de la humillación. En este sentido, hay mucho de existencialismo en personajes arrojados a una realidad en la que deben construir sus vidas día a día.

Merece un párrafo aparte el último cuento de libro “La fornicación es un pájaro lúgubre” que Castillo empezó a escribir el día de la muerte de Henry Miller y terminó un año después en el aniversario de la muerte de Edgar Allan Poe, según nos cuenta en el Posfacio. Es una historia con un tema y un lenguaje que sorprenden si lo comparamos con el resto. Todo es muy directo, sórdido, lleno de referencias intertextuales con la literatura, el cine y la pintura, con un narrador que alterna entre la primera y la tercera persona, y con una prosa cuya sintaxis reproduce el ritmo de lo narrado. Es la masculinidad más exacerbada, el corolario de una serie de cuentos en los que lo viril se manifiesta en diferentes matices y tonalidades.

Finalmente, “Thar” es una historia de otros tiempos, un relato dentro de otro en el que también está la huella de Borges que se ve en cierta erudición, en el tema de la valentía, en la presencia de un narrador autor que certifica — o cree certificar — la veracidad de lo que relata. Es, en palabras de Abelardo Castillo, “un cuento realista que simula ser fantástico.

En suma, hay algo que unifica los cuentos de Las maquinarias de la noche y es la inutilidad de catalogarlos como historias posibles o imposibles. Son mundos reales, cada uno en un sentido diferente y también es absolutamente real el placer que provocan en nosotros lectores invitados a disfrutar del libro.

Abelardo Castillo, Las maquinarias de la noche, Editorial Seix Barral, 2009, 173 págs.

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Adriana Santa Cruz

Profesora y Licenciada en Letras, redactora y gestora cultural