Las mujeres que escriben también son peligrosas, Stefan Bollmann
En un recorrido que va desde el siglo XII hasta nuestros días, Stefan Bollmann nos cuenta historias de mujeres que tuvieron que abrirse camino en la escritura luchando contra los prejuicios, los mandatos familiares, las presiones de sus parejas, y los impedimentos económicos y sociales. Virginia Woolf resume todo esto cuando dice que las mujeres carecían de “una habitación propia”, metáfora de una independencia que tardó en llegar y que, todavía, no tenemos en forma completa.
Las interrupciones, la necesidad de ocultarse detrás un seudónimo masculino, el tener que dividirse entre múltiples actividades caracterizaron la escritura femenina en ciertas épocas. Aurore Dupin firmará como George Sand; Cecilia Bölh de Faber, como Fernán Caballero; Colette publicará sus novelas bajo el seudónimo de su marido. Por su parte, Jane Austen tuvo que redactar la mayor parte de sus obras en la sala de estar, soportando continuas interrupciones y ocultando sus manuscritos cada vez que sentía el ruido de la puerta. Es que en el siglo XIX escribir todavía era considerada una profesión impropia de una mujer. ¿Y qué pasa en la actualidad?, se pregunta Esther Tusquets en el prólogo. “Como en muchas otras profesiones –nos dice−, las mujeres han invadido el campo, ocupan un lugar, un enorme lugar en los espacios medios, pero no alcanzan, en un mundo regido por hombres, los puestos más altos”.
El libro de Bollmann, además de contar con una edición impecable y unas excelentes fotos, selecciona escritoras emblemáticas por los temas que abordaron, por su importancia en cuanto al camino que abrieron, por su peso dentro de la literatura mundial, por los peligros a los que se enfrentaron o por sus vidas torturadas. Bastan algunos ejemplos. Simone de Beauvoir afirmaba que “de la legión de mujeres que acarician la idea de dedicarse a la literatura o al arte, muy pocas perseveran”. Marguerite Yourcenar decía que en cierto momento de su vida había dejado de ser una mujer que escribía para convertirse en un escritor. George Sand pasó nueve años dentro de un matrimonio asfixiante hasta que se separó de su marido y se dedicó a la escritura. A ella misma un novelista contemporáneo le dio el siguiente consejo: “Seré franco, una mujer no debe escribir… Siga mi consejo: no haga libros, ¡traiga niños al mundo!”. Sylvia Plath vivía la escritura de una manera angustiante, torturada por el miedo a fracasar como poeta.
Desde el siglo XII, ya hay registros de verdaderas precursoras: Hildegard von Bingen, Christine de Pizan o Madeleine de Scudéry. Más adelante, las mujeres comienzan a buscar su lugar e intentan salir del estereotipo machista de que solo están para encarnar la belleza y no para hacer arte. Madame de Staël, por ejemplo, defendía el concepto de que el genio se sitúa más allá de los sexos y que el sentimiento, considerado parte del mundo femenino, podía transformarse en una obra de arte. Otras escritoras, por su parte, reinventan su vida y realizan el sueño de crearse a sí mismas obedeciendo solo a sus propios deseos: Dorothy Parker, Carson McCullers, Marguerite Yourcenar, Anaïs Nin, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y Françoise Sagan.
Las mujeres que escriben también son peligrosas no es un libro solo para mujeres, es un libro para asumir que escribir siempre es peligroso, aunque para nosotras quizás un poco más. Lo importante, como decía Virginia Woolf, sería construir un mundo en el que “se pueda enseñar a los hombres a soportar el libre discurso de las mujeres”.
Stefan Bollmann, Las mujeres que escriben también son peligrosas, Maeva ediciones, 2007, 151 págs.