Literatura y pintura: diálogo entre dos artes
El poeta latino Horacio, en su Epístola a los Pisones, nos dice que “la poesía es como la pintura” (“ut pictura poesis”), y Aristóteles en su famosa Poética afirma que “el poeta es un imitador como el pintor”. Estas citas nos dan el punto de partida para hablar de literatura y pintura, dos artes que siempre estuvieron emparentadas de diferentes maneras.
Dentro de las figuras retóricas, la écfrasis es la que conecta pintura y literatura, la imagen con la palabra. El Diccionario de la Lengua Española la define como una “descripción precisa y detallada de un objeto artístico” o como una “figura consistente en la descripción minuciosa de algo”. Para los antiguos refería a cualquier descripción vívida de obras de arte, objetos, paisajes y personas poniéndolos con palabras ante los ojos del oyente o del lector. Con el tiempo este sentido general se fue limitando a la representación verbal de un objeto plástico, generalmente una pintura o una escultura, como la define Leo Spitzer, entre otros, “la descripción poética de una obra de arte pictórica o escultórica”.
Literatura y pintura son complementarias, son dos formas de abordar la realidad y dos maneras de plasmarla: la palabra es siempre sucesiva, la pintura o la escultura son siempre simultáneas, desde el punto de vista del receptor. En este sentido y en relación con la mimesis, la écfrasis es representación, pero también interpretación y recreación, porque el escritor nos ofrece su visión de la obra pictórica, o incluso tiene la posibilidad de crear un objeto inexistente antes de su descripción, como ocurre con el escudo de Aquiles, en la Ilíada.
El pasaje de la descripción detallada del escudo es un ejemplo que siempre se cita para trabajar las relaciones entre ambas artes, entre lo verbal y lo visual: “…grande y fuerte, de variada labor, con triple cenefa brillante y reluciente, provisto de una abrazadera de plata. Cinco capas tenía el escudo, y en la superior grabó el dios muchas artísticas figuras, con sabia inteligencia”. Y lo que grabó el dios es la tierra, el mar, el sol, el firmamento, un campo fértil, una ciudad en paz y una ciudad en guerra, todo con sus correspondientes escenas.
Dentro de la literatura argentina, Manuel Mujica Láinez en Un novelista en el Museo del Prado (1984) nos acerca un narrador que tiene el privilegio de contar lo que ve y oye cuando, al anochecer, “los personajes de las pinturas y las estatuas del Museo del Prado se desperezan y sacuden. Durante el día entero, permanecieron inmóviles, dentro de sus marcos o encima de sus pedestales, para admiración y tranquilidad de los turistas”. En este caso, además, no solo hay una descripción de las obras, sino también se proponen discursos interpretativos que le otorgan significado a las imágenes.
En La tabla de Flandes (1990), de Arturo Pérez-Reverte –que ya citamos al hablar de las relaciones entre literatura y ajedrez–, una supuesta tabla pintada en 1471 por un artista flamenco, Van Huys, se transforma en un objeto que influye en la realidad de los personajes cinco siglos después. La pintura es descripta varias veces en el texto y se transforma, además, en el eje de una trama policial.
Las relaciones entre pintura y literatura expanden el horizonte de la palabra y explotan al máximo las posibilidades que ofrece la descripción. La écfrasis es solo una de las formas que adopta esa relación, pero no agota la riqueza que nos ofrece este diálogo polifónico entre ambas manifestaciones.
Portada: Harmony, 1956, Remedios Varo